
El acanto (Acanthus) es una planta perenne de la familia de las acantáceas. Existen unas 30 especies diferentes, pero las dos más comunes en los jardines son el acanto de hoja blanda (Acanthus mollis) y el acanto espinoso (Acanthus spinosus).
Acanthus deriva del griego antiguo akantha, «espina», mientras que mollis refleja el hecho de que las hojas no pican, a diferencia de spinosus «espinoso».
El acanto, una planta perenne y robusta con una raíz carnosa y blanquecina, es originario de las zonas secas y rocosas de la cuenca mediterránea y crece en el sur de Europa hasta los 300 m de altitud.
En su entorno natural, agradece los suelos bien drenados, en los que forma grandes macizos a lo largo de los años. Es una planta resistente que prospera en suelos ricos, al sol o a media sombra.
El acanto se cultiva tanto por su follaje como por sus flores.
Las hojas de color verde oscuro, brillantes y profundamente lobuladas, con un largo tallo más o menos espinoso según la especie, pueden alcanzar 1 m de longitud y casi el mismo ancho.
Forman un mechón basal del que emerge una espectacular espiga floral, que sobrepasa el follaje en más de un metro, pudiendo alcanzar el conjunto de 1,50 a 2 m de altura.
El racimo, que se despliega en verano, tiene numerosas flores blancas o rosas con bordes púrpuras. Cada flor está asociada a tres brácteas de color rosa-púrpura, la mayoría de las cuales son espinosas.
Fácil de cultivar y poco exigente, el acanto adornará los fondos de los parterres gracias a su espiga floral muy gráfica, asociada a las flores silvestres o al follaje flexible, que contrastará maravillosamente con esta planta de majestuosa rigidez. Será notable como ejemplar aislado, en un césped, pero también al borde de un camino. Sin embargo, hay que dejar espacio para las especies espinosas.
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