El Agave con sus rosetas de enormes hojas suculentas coronadas por cañas de varios metros de altura que florecen a lo largo de las carreteras que conducen desde Francia hacia España ofrecen un espectáculo inesperado.
Los agaves nacidos en América Central (Caribe, sur de Estados Unidos y México) crecen entre 0 y 3.000 m de altitud en regiones secas y desérticas sobre suelos pedregosos, calcáreos o no, asociados a cactus y arbustos.
Hay más de 300 subtipos porque los agaves presentan una fuerte variabilidad, pero sólo se admite realmente un centenar de especies. Pertenecen a la familia de las agaváceas junto a las yucas y las beschornerias.
Las rosetas de hojas varían en tamaño desde sólo 10 cm de diámetro en el Agave pumila hasta 3 m en el A. americana. Esta última es la especie más extendida en nuestros jardines mediterráneos. Así, un viejo ejemplar rodeado de sus rosetas-hijas puede abarcar un diámetro de 9 m.
Las hojas, duras y fibrosas, tienen forma de tiras rígidas o de cuñas más o menos redondeadas que terminan en un canalón con un aguijón afilado. Los bordes tienen una serie de dientes ganchudos marrones más o menos conspicuos.
La mayoría de las especies de agave son del tipo acaule, por lo que las hojas se apoyan directamente en el suelo. Sin embargo, algunas especies como Agave sisalana producen un tallo.
La inflorescencia es igualmente impresionante en las especies más grandes. Aparece una vez que la planta ha alcanzado la plena madurez, ya que suele provocar la muerte de la planta (la llamada «planta monocárpica»).
En la A. americana, la espiga floral alcanza casi 10 m de altura y sólo aparece después de 10 a 30 años.
Afortunadamente, la floración conduce a la formación de brotes alrededor de la roseta inicial, lo que asegura la descendencia con las plántulas y los bulbillos producidos en la inflorescencia. Sin embargo, es difícil que los frutos alcancen la madurez en la cuenca mediterránea.
Algunas especies son policárpicas y, por tanto, florecen todos los años sin agotar la roseta. Las flores se agrupan en espigas o panículas gigantes. El Agave americana tiene varios estadios de flores en tubos apretados, de un atractivo color verde chartreuse que duran más de un mes.
Son fecundados en Centroamérica por un murciélago llamado Rhynchonycteris naso, que está en la lista roja de especies en peligro de extinción.
Las plántulas de los bulbillos a veces se desarrollan en la parte superior de la inflorescencia y echan raíces cuando el tallo se colapsa.
Los agaves proporcionan diversos productos como el sisal y el tequila.
El sisal, obtenido a partir de las fibras contenidas en las hojas de Agave sisalana y algunas otras especies, se ha convertido en una producción anecdótica en México. Sin embargo, junto con el hennequén (procedente de Agave fourcroydes), ha alcanzado las 300.000 toneladas en todo el mundo (cifra de 2009 de la FAO).
Se explota principalmente en Brasil, África oriental y China.
En Europa, se utilizó para producir hilo para atar fardos de heno hasta la década de 1970. Hoy en día, se encuentra incorporada en materiales compuestos para la industria del automóvil, del mueble y de la construcción, así como en plásticos.
Los largos y rígidos tallos de las inflorescencias se utilizan a veces para construir casas, vallas o para cubrir tejados. También se aprovecha la durísima cera que recubre la cutícula de las hojas y la pectina de las mismas.
El tequila procede de los capullos florales de la especie Agave tequilana, que se cortan en la base a medida que se forman. La savia que sale se recoge durante varios meses y luego se fermenta. Se obtiene una especie de cerveza, el pulque, que se destila para obtener el tequila.
Los azúcares contenidos en la pulpa (fructanos) tienen la particularidad de atravesar directamente la pared del estómago sin ser destruidos por los jugos digestivos. Se prevén aplicaciones en medicina para tratar la enfermedad de Crohn y el cáncer de colon, por ejemplo.
El nombre de agave podría proceder del griego agauos, que significa «espléndido».
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